Oración
Hoy, viernes santo,
miramos tu cruz levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
tus brazos extendidos, abrazando a todos.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tu humanidad nos sobrecoge y subyuga.
Tanto amor tuyo, en nuestro pecado,
nos deja sin palabra. Amén.
Ante el misterio de la Cruz lo primero que hemos de hacer es contemplar. Intenta ver hoy con tus ojos y tu corazón lo que era un crucificado entonces. Necesitamos revivir la imagen verdadera, sentir su dolor, su soledad durante varias horas de aquel viernes, y puesto en lo alto para ser visto. El Viernes Santo es un buen día de mirar las cruces de nuestro mundo y dejarnos impresionar.
Marcos 15, 32-39
Desde la hora sexta quedó en tinieblas toda aquella tierra. Hacia la hora nona, exclamó Jesús: “¡Dios mío, Dios mío¡ ¿Por qué me has abandonado?”.
Algunos de los que estaban allí, decían al oírlo: “Este está llamando a Elías”. Y uno de ellos corrió en seguida a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una cañada le daba de beber. Pero los demás dijeron: ¡déjalo! Vamos a ver si viene Elías a salvarlo. Entonces Jesús, gritando de nuevo exhaló el espíritu.
Y al momento, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló. La tierra tembló y las rocas se hundieron; los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de los santos ya muertos resucitaron; y saliendo de los sepulcros después que Él resucitó, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús sintieron el terremoto y lo que pasaba, quedaron sobrecogidos y decían: “Realmente este era hijo de Dios”.
En la cruz está la vida y el consuelo- Maite López -